Poemas dispersos de febrero y marzo
Algunos poemas escritos durante los dos meses pasados que vengo a compartir aquí. Combinación de verso libre y prosa. Si no aparenta tener sentido, es porque solo es estética. Los más vergonzosos tratan sobre mí misma. Doy permiso a la burla.
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No me pidas, criatura insensata,
que te diga quién soy;
si por un medio seré revelada,
ese será la poesía.
No esperes que enliste
en palabras que nunca pronunciaré
los componentes de mi naturaleza;
si han de enlistarse,
será en la obra de mi vida.
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He encontrado un espejo.
En él llevaba falda,
el cabello a los hombros
y la rosa a la oreja.
En él llevaba traje y ojeras;
en él, uniforme y el cráneo rapado;
en él, un arma en los brazos:
en el pecho, una herida.
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La luna cayó
del cielo gris
y el estruendo
mató a los pájaros.
El árbol talado
se enderezó de vuelta,
fusionado al tronco,
disuadido de morir.
El disparo
del causante
dejó su estampa
en la noche velatoria.
Tomé la luna
del lodo; la amé.
Me sumergí con ella
en mi tina, y partí.
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Soy la lombriz
que te pudre la raíz.
Tan segura, insegura,
tan confiable
como el reloj que pierde arena.
La manecilla torcida
que marca tres segundos más de los que debiera,
o quizás menos.
Soy la recta curva;
la onda en zigzag.
Tan pronto me ves bien
como deseándome matar.
Soy así:
coso sobre roto
hasta que se deshace el encaje.
Un engranaje
que no encaja en la maquinaria,
y si lo fuerzas,
la hace girar en dirección contraria.
Contaria al tiempo,
a la vida, al instante
en que te vi y tus ojos volteaste
hacia mí.
Y me perdí,
jamás me encontraste.
¡Solo quiero alguien que me salve!
De mí…
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Nube pasajera,
que en tu sombra
me arrullas,
quiero seguirte
hasta caer verte
hecha lluvia.
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Pasajera sin maleta
en viaje sin destino
que por no escoger camino,
temerosa de la vereda,
ve pasar su vida
y a la aeromoza
en los pasillos.
Dormita entre tropeles
de tripas sedientas
de pastillas en efervescencia.
La Muerte es llevada
en una cesta.
El minutero marca sesenta;
el horario, la una.
Hora de caos en quiebra.
La vida abandonada
en un sillón,
herida de mortal pereza.
Por suerte, en el avión viaja el doctor
con su botiquín de primeros auxilios.
Cuando alguien le llama a gritos,
ya es tarde para la examinación.
Por suerte, es piadoso el doctor;
esgrimiendo su bisturí desinfectado
corta el cuello al ganado
para ahorrarle más dolor.
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¿Dónde vas, polluela despeinada, que saltas de rama en rama? ¿Qué desea tu corazón agitado? ¿Acaso espera a que alguna se parta y un guijarro del suelo ponga fin a tu latir acelerado? Tu sangre desea un impacto que frene su movimiento, que interrumpa su rumbo derrumbado. Estás cansada de ir por la vida con esas alas sin plumas que no te sirven para volar, de los silencios y «por siempres» que no vuelven jamás. Piensas que en lo opuesto a la vida quizá halles tu lugar.
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Cuánto duele que me quieras atrapada en tu pecera de papel, que se moje, que se doble y me atore en el doblez. Dices: «di a luz a un hombre» y ciernes sobre mí la red de tus palabras como clavos que lastiman y más lastiman porque no los ves. ¿Qué hice mal, madre? Me hiere esta mordaza que no puedo romper, me da miedo el decirte y que decirte cambie la forma en que me ves con esos ojos tan profundos que son el lobo y el cordero a la vez. Tengo miedo de herirte, que me hieras y no volverte a ver. ¿Así debe ser? Un muro he levantado entre las dos y, sin quererlo, lo hice tan grueso que debemos gritar para que llegue al otro lado el débil sonido de nuestra voz. Esas veces que me permites acompañarte a coser, hagamos una manopla, un dobladillo o zurzamos una cobija, son mis preciosos momentos compartidos madre e hija, ¿los verás así también? Tengo miedo de herirte, que me hieras y no volverte a ver.
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Si hubiera sido quien escribió tu secuencia fonética por primera vez sobre una lámina de piedra, te habrías llamado agonía: lenta y tosca rotura de la tubería encefálica por la que mi locura se filtra y empaña mis días, mis ánimos, y arrebata el sabor a la comida apenas la muerden mis encías. Otra cabeza descompuesta te habría colmado de belleza, quizás nombrándote vida. Pero a mí te me haces tan opuesta: cadena herrumbrosa, lastre en mi tobillo, martirio de mis carnes laceradas por las arenas férricas de tu desperdicio, despropósito de mis pasos erráticos. Mil formas tomas y al final del día ninguna es tuya. Te vistes de mis miedos, mis traumas, de lo que sé que no fue y de lo que sé que no será, convenciéndome de que es bonito recrearme en ellos. Eres la peor versión de mis sueños.
Te hubiera llamado pesar, un nombre pequeño para que en este mundo no te vinieras tan arriba y no lo hicieras voltear. Te hubiera llamado tortura, por cada una de esas elucubraciones que me obligas a teclear, sin saber esta vez a quién me estás haciendo imitar. Pero quien te nombró decidió darte el nombre que peor te queda: poesía.
]]]
Sé que dijiste que no debía comprender la poesía, pero cada vez que leo una sin rima, pienso en lo mismo. De todas formas admiro tu trabajo.😙
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